Cuando el cuerpo presenta un déficit energético, nuestros mecanismos internos comienzan a aumentar nuestra sensación de hambre, incitándonos a realizar la ingesta de algún alimento para solucionarlo. No obstante, el hambre, no siempre se presenta de esta manera. Sentimientos como el estrés, la ansiedad, la tristeza o el aburrimiento pueden desencadenar esta sensación de hambre sin la necesidad de existir un déficit energético. Este tipo de alimentación se llama emocional y está asociada con la ingesta de alimentos ricos en grasas y azúcares que estimulan el sistema de recompensa del cerebro provocando una corta sensación de placer. Esta alimentación está condicionada por nuestros genes.
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